Algunos días se hace difícil salir de la cama, porque uno tiene por delante una dura jornada. En ocasiones esta pesadez se intensifica marcadamente porque la situación con que venimos luchando ya tiene una larga historia. Quizás se trate de una relación que no logramos recomponer, un hijo que no podemos encaminar o una situación de injusticia en el trabajo que no conseguimos corregir.
¿Cómo habrá hecho, entonces, Jeremías para salir de la cama cada mañana? Esta es la pregunta que intriga a Eugene Peterson, en su excelente libro Correr con los caballos (Editorial Patmos, 2006). En el capítulo 25 de Jeremías, el profeta ofrece detalles acerca del frustrante ministerio que le había sido encomendado: «estos veintitrés años ha venido a mí la palabra del Señor, y les he hablado repetidas veces pero no han escuchado. Y el Señor les envió repetidas veces a todos Sus siervos los profetas, pero ustedes no escucharon ni pusieron atención» (3-5). Jeremías, además, fue víctima en reiteradas ocasiones de las burlas y el escarnio, perseguido y golpeado por los líderes religiosos en Jerusalén.
¡Qué difícil seguir adelante cuando vemos que nada cambia! La resignación gana terreno y la desesperanza se instala en el corazón. Sentimos que nuestros esfuerzos son inútiles.
¿Cuál era el secreto de Jeremías? Según Peterson:
Jeremías no decidió que aguantaría, como podía, estos 23 años; en lugar de esto, cada mañana se levantó con el sol. El nuevo día era día del Señor, no día del pueblo. No se levantaba para enfrentarse al rechazo; se levantaba para encontrarse con Dios. No salía de la cama para hacerle frente a otra sesión de burlas; salía de la cama porque tenía una cita con el Señor. Este es el secreto de su perseverante peregrinaje. No se entregó a contemplar, con pavor, el largo camino que tenía por delante, sino que recibió con alegría el momento presente, con obediente gozo y expectante esperanza, diciendo: «Mi corazón está dispuesto, Señor».
Tomado de Chistopher Shaw