Hermanos míos, no ambicionéis todos llegar a ser maestros; debéis saber que nosotros, los maestros, seremos juzgados con mayor severidad. (Santiago 3:1)
Para entender mejor esta advertencia de Santiago sería bueno tener en mente el rol predominante que tenían los rabíes dentro del judaísmo. Su situación era de gran prestigio en la comunidad y vinculado a ese prestigio venía el goce de numerosos privilegios. El naciente cristianismo bebió culturalmente de muchas de las estructuras del antiguo judaísmo; no es pues de extrañar que a lo largo de las páginas del Nuevo Testamento veamos que los maestros ocupan un lugar predominante junto con los evangelistas, pastores, apóstoles y profetas.
Santiago advierte acerca del peligro que la motivación para el servicio sea la equivocada, es decir, que las personas busquen los privilegios y prestigio asociados a una determinada función en la iglesia y olviden que junto con ello, también hay una responsabilidad mayor que la pueda tener un seguidor de Jesús que no ocupe esa función. El rol que desempeña un maestro es clave y estratégico; en sus manos está formar a los nuevos creyentes y afirmar la fe de los demás. La coherencia de vida -que no perfección-, la fidelidad al mensaje de Jesús y la actitud de servicio deben estar siempre presentes en él. Creo que podemos inferir que Santiago está afirmando el deseo de servir en la comunidad, pero a la vez está advirtiendo del peligro de hacerlo llevado por el ego y no por el servicio.
¿Qué motiva tu trabajo en la iglesia, el ego o el servicio?