Aunque ya estoy viejo y arrugado, no me olvido de tu Palabra. (Salmo 119:63)
¡Cómo olvidar la Palabra! Ha sido, precisamente ella, como instrumento moldeador de Dios, la que nos ha permitido llegar hasta donde estamos. Día tras día, año tras año nos ha ido revelando la voluntad del Padre, esa voluntad motivada e impulsada por el amor incondicional hacia nosotros. Le hemos dado lugar en nuestra vida, la hemos leído, meditado y aplicada y hemos segado los increíbles beneficios acumulativos de su influencia positiva en nosotros.
Su Palabra nos ha hecho sabios, nos ha enseñado acerca del Padre y sus intenciones, acerca de nosotros mismos y nuestras inconsistencias, acerca de nuestro prójimo y el porqué nos resulta tan difícil la convivencia y qué podemos hacer al respecto. Nos ha enseñado a amar y valorar la creación del Señor.
Daniel Levinson escribió una obra monumental acerca del desarrollo humano y las diferentes etapas en la vida de una persona. Afirma que cada etapa se construye sobre la anterior. El fallo en resolver bien una etapa complica el desarrollo de las subsiguientes. Al final, afirma Levinson, cuando uno ya está viejo y arrugado, hay dos posibles estados del ser humano. Uno es desesperación, mirar hacia atrás y ver que no ha sido una vida bien vivida y ya no nos queda tiempo para rectificar. Otro es plenitud, mirar hacia atrás y percibir totalmente lo contrario, la satisfacción de haber vivido bien con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo y con la creación del Padre. Para aquellos que somos seguidores de Jesús la Palabra marca en la vida cotidiana marca la diferencia entre uno y otro final.
Teniendo en cuanta tu realidad actual ¿Cuál sería la proyección de futuro? Ver menos