Dios es soberano y no tiene que dar cuenta de sus actos

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Al salvar a individuos, así como al llamar a las naciones a conocerle, Dios es soberano y no da cuentas de sus actos. Él “tiene misericordia de quien tiene misericordia”, lo cual también hace en el momento que Él escoge (Romanos 9:15).

Vemos ejemplos de esta verdad en todas partes en la Iglesia de Cristo, en el ámbito de la experiencia. Vemos a un hombre llamado al arrepentimiento y la fe muy temprano en su vida, como Timoteo, que luego trabaja en la viña del Señor durante cuarenta o cincuenta años y, por otro lado, vemos a un hombre llamado “a la hora undécima”, como el ladrón en la cruz, que es librado como “un tizón arrebatado del incendio”: un día, un pecador impenitente y endurecido, y al día siguiente en el paraíso; sin embargo, el tenor mismo del Evangelio nos hace creer que ambos hombres han sido perdonados de igual modo ante Dios. Ambos han sido lavados de igual modo en la sangre de Cristo, y vestidos con la justicia de Cristo; ambos están de igual modo justificados, y han sido aceptados, y serán hallados a la derecha de Cristo en el día final.

Es indudable que esta doctrina le sonará extraña al cristiano de poca experiencia y conocimiento. Es una doctrina que desconcierta el orgullo de la naturaleza humana, que no le deja a quien confía en su propia justicia nada de lo que jactarse, que pone a todos los hombres a un mismo nivel, humillando así a algunos y dándoles motivos para murmurar; pero no es posible rechazarla sin rechazar todo el mensaje de la Biblia. Una fe en Cristo auténtica, aunque haya nacido hace solo un día, justifica a un hombre delante de Dios tan plenamente como la de alguien que haya seguido a Cristo durante cincuenta años. La justicia a la que apelará Timoteo en el día del Juicio es la misma a la que lo hará el ladrón arrepentido: ambos serán salvos solo por gracia; ambos se lo deberán todo a Cristo. Puede que esto no nos guste, pero es la doctrina de esta parábola, y no solo de esta parábola, sino de todo el Nuevo Testamento. ¡Dichoso aquel que puede recibir esta doctrina con humildad! Como bien dice el obispo Hall: “Si bien algunos tienen motivos para alabar la generosidad de Dios, nadie tiene motivos para quejarse”.

*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.

Tomado de Teología sana.