Cuando nos enseñan sobre el evangelio, escuchamos que somos pecadores que han sido perdonados y justificados por la gracia de Jesús. La doctrina del perdón y la justificación nos muestra la belleza y la profundidad del evangelio, pues Jesús vino a redimir a los que jamás podrían pagar el precio de su redención: «Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él» (Ef 1:4a).
Otra faceta del evangelio
Aunque esto es verdad, revelada por medio de la Palabra de Dios, no es la única noticia que anuncia el maravilloso mensaje del evangelio de Cristo. El evangelio son buenas noticias que incluyen el perdón, la redención y la justificación, pero van más allá de declararnos inocentes por medio del sacrificio de Jesús. Observa otra faceta del nuevo pacto:
En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado (Ef 1:4b-6, énfasis añadido).
Las buenas nuevas de Jesús nos extienden el perdón que tanto necesitamos, pero también suplen otra necesidad intrínseca que llevamos en nuestro diseño: la necesidad de pertenecer.
La gracia multifacética del evangelio es tan trascendental que no solo borra la cuenta en nuestra contra, sino que además transforma nuestra identidad. Según la Palabra de Dios, Él nos adopta en Su familia para que seamos Sus hijos.
Los que seguimos a Cristo creemos esta verdad sobre nuestra nueva identidad como hijos de Dios, pero ¿cómo luce esta adopción?
El pacto de la adopción
En este mundo, la adopción ha existido desde que el pecado y la muerte comenzaron a desintegrar a las primeras familias humanas. Así, la adopción surge como una institución valiosa para entretejer a un hijo desamparado en el tapiz de una nueva familia.
Más que un compromiso, este pacto es sellado legalmente para que el hijo adoptado goce de todos los derechos de los hijos biológicos de la familia. Legalmente, ya no hay diferencia entre un hijo que nace con la sangre de sus padres y el hijo que es adoptado en la misma familia.
El pacto de la adopción es una manera incomparable de amar a nuestro prójimo, pero también refleja la verdad sobre quienes somos en Cristo
Tal como el matrimonio sirve como un reflejo de una unión divina entre la iglesia y Cristo, la adopción terrenal refleja el cambio eterno que Cristo ganó para los hijos de Dios. La adopción marca nuestro «antes» y «después». Necesitamos entender el pacto de la adopción no solo porque es una manera incomparable de amar a nuestro prójimo en este mundo, sino también porque refleja la verdad sobre quienes somos en Cristo.
La adopción nos da seguridad
Cuando comenzamos a creer que podríamos hacer algo para pertenecer a la familia de Dios, necesitamos recordarnos del pacto infundido de gracia que incluye la adopción por parte de Dios. No hicimos nada para merecer nuestro lugar en la mesa y, aún así, nadie podrá quitarnos este maravilloso privilegio de pertenecer a Dios.
Sin embargo, confieso que hay veces en las que me distraigo para no acercarme a Dios porque escucho una voz en mi corazón que susurra dudas sobre mi legitimidad como hijo. Otras veces expongo mis dudas sobre el amor de Dios, cuando no lo quiero molestar con mis problemas que parecen pequeños comparados con los de otros. Pero Dios es un Padre paciente que sabe amar a Sus hijos.
Yo soy el que necesita recordar la verdad sobre la adopción para profundizar en mi entendimiento sobre el amor que Dios me tiene. En Cristo, puedo llegar con un sello de aprobación delante de Aquel que me tenía en mente antes de crear el mundo. Gracias a mi adopción en Cristo, puedo saber que soy plenamente amado, aceptado y aprobado para estar cerca de Él.
La adopción nos impulsa
Como hijos de Dios, la adopción también nos impulsa a vivir de una manera diferente. El apóstol Pablo lo describe así:
Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!». El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Ro 8:15).
La adopción terrenal refleja el cambio eterno que Cristo ganó para los hijos de Dios
Aunque nuestra tendencia humana es volver a cargar el yugo del temor, la adopción en Cristo orienta nuestra identidad. La adopción no solo sirve como un evento en nuestras vidas, sino que también nos da un espíritu marcado por la gracia que nos lleva a clamar a Dios como nuestro Padre. Cuando caemos en la tentación de ver a Dios como un ser lejano y desinteresado, el espíritu de adopción nos lleva a decir la verdad: Él es nuestro Padre.
El pacto de la adopción es una expresión del mismo evangelio que transforma cada faceta de nuestra identidad. En Cristo, somos perdonados y justificados, pero también hechos hermanos de Cristo e hijos del Padre perfecto.
La adopción terrenal refleja el evangelio
Tal como mi propia adopción en Cristo a la familia de Dios, la adopción terrenal no es un proceso fácil —y frecuentemente los hijos adoptados también se comparan, olvidando la naturaleza absoluta de su nueva identidad—.
Sin embargo, la adopción de hijos en nuestro mundo es una representación de lo que sucede cuando creemos en Cristo: los desamparados son injertados en la familia de Dios. La sangre de Jesús sella el pacto de pertenencia y autoriza el que podamos acercarnos al Padre, quien dio todo para que nosotros fuéramos Sus hijos por toda la eternidad.
Tomado de Coalición por el evangelio.