Tomado de coalición por el evangelio.
Uno de los desafíos más comunes en la tarea de discipulado es la tentación de reducir la vida cristiana a una sola dimensión: lo que pensamos, lo que hacemos o lo que sentimos. Por eso solemos escuchar frases como: «Lo importante es que lea la Biblia», mientras se descuida su correcta aplicación. Otras veces se recomienda: «Lo importante es que hagas lo que tu corazón diga», pero se olvida que a veces nuestros sentimientos contradicen la Escritura.
Cuando cedemos a esta tentación y una dimensión domina por completo las otras áreas de la vida cristiana, el discipulado se distorsiona y produce creyentes desequilibrados, que priorizan lo intelectual, lo sentimental o lo práctico sobre lo demás. A estos cristianos podríamos llamarlos pensadores, emocionales y hacedores.
¿Cómo podemos discipular a otros de una manera saludable e integral? Hay muchas respuestas para esta pregunta, pero en este artículo te animo a explorar las trampas de enfatizar desmedidamente una dimensión —la mente, las emociones o las conductas— de la vida.
Intentaré dar una breve respuesta bíblica a cada caso de distorsión para argumentar que la vida espiritual saludable consiste en mantener una relación sana entre estas tres áreas. Estoy convencido de que un discipulado equilibrado dará como resultado creyentes con una fe fructífera y floreciente.
No formes solo discípulos “pensadores”
Es cierto que ser discípulo de Cristo implica crecer en el conocimiento de Dios y de Su Hijo (Ef 4:13), pero cuando este objetivo se convierte en la única meta del discipulado, dejando de lado el corazón y la acción, corremos el riesgo de estar formando cristianos atrofiados: con cabezas grandes llenas de información, pero con corazones pequeños y fríos, y vidas que no evidencian la madurez que cabría esperarse.
La verdadera madurez espiritual no se mide solo por cuánto sabemos, sino también por la condición de nuestro corazón y por cómo vivimos nuestra fe
Este enfoque en el discipulado genera creyentes que priorizan la teología y la doctrina correctas sin profundizar en una relación viva con el Señor. Pueden conocer sobre Dios sin realmente conocer cada día más a Dios. Los creyentes que reducen su vida espiritual a la dimensión intelectual lucen como cristianos «profesionales»: están más interesados en tener las respuestas correctas acerca de la Biblia, ser expertos en doctrina y teología, pero sin conocer ni disfrutar realmente a Dios cada día más.
Sin embargo, debemos recordar que incluso los demonios reconocen quién es Dios, y hasta podríamos decir que tiene una buena doctrina (Stg 2:19), pero esto no los salva. No debemos confundir tener información con la madurez espiritual.
El verdadero crecimiento cristiano no se trata solo de acumular información, sino de amar y conocer más profundamente a Dios. Es decir, no se debe tener una fe intelectual sin un amor genuino por el Señor. Por eso debemos cuidarnos de uno de los peligros más grandes para la vida cristiana: estar tan familiarizados con la Biblia mientras no vivimos según ella, que caemos en la apatía espiritual.
La verdadera madurez espiritual no se mide solo por cuánto sabemos, sino también por la condición de nuestro corazón y por cómo vivimos nuestra fe. No se trata solo de aprender más sobre Dios, sino también de conocerlo realmente y reflejar Su amor en nuestro día a día.
No formes solo discípulos “emocionales”
Vivimos en una era dominada por el individualismo expresivo, donde la «autenticidad» de una persona se define por su capacidad de expresar las emociones sin restricciones. Esta filosofía de vida, arraigada en nuestra cultura occidental, sostiene que nuestra realización personal y la búsqueda del «verdadero yo» dependen de seguir y exteriorizar nuestros sentimientos. Esta manera de pensar ha dejado su huella en múltiples áreas de la sociedad, incluida la iglesia.
Uno de los efectos más notorios de esta mentalidad dentro del cristianismo es la tendencia actual a medir la madurez espiritual según un parámetro emocional. El tren de las emociones es el que conduce nuestra vida espiritual. La toma de decisiones está basada en cómo nos sentimos.
Esto produce que, para muchos creyentes, la comunión con Dios se reduzca a experiencias sensoriales y que el fervor emocional se convierta en el termómetro de su fe. Cuando el discipulado se enfoca en este aspecto, formamos discipulos que buscan constantemente una «dopamina espiritual», creyendo que un mayor éxtasis emocional es sinónimo de mayor crecimiento en Dios.
El conocimiento de Dios no es opcional, porque no podemos amar a un Dios que no conocemos
Este enfoque da lugar a una deformación peligrosa: podríamos hablar de corazones enormes y a veces confundidos, pero mentes pequeñas. Algunas señales de este desequilibrio pueden ser cuando la adoración en la iglesia se convierte en un medio para sentirse bien consigo mismo; los sermones se vuelven meras dosis de motivación; y la Biblia, una especie de remedio para aliviar problemas temporales. Algunas iglesias han llegado al punto de estructurar su discipulado en torno a esta visión, priorizando la comodidad y el entretenimiento por encima del crecimiento profundo en la fe bíblica.
El resultado de esto es el cultivo de una fe superficial, a menudo descrita como un deísmo moralista terapéutico, donde Dios se percibe más como un terapeuta cósmico que como el Señor soberano de la vida y el universo. Otro peligro de este enfoque es el descuido de la mente, pues esta perspectiva extiende la falsa idea de que la teología es irrelevante o incluso peligrosa, como si el estudio profundo de Dios pudiera alejarnos de Él. Sin embargo, la Biblia nos muestra lo contrario. El conocimiento de Dios no es opcional, porque no podemos amar a un Dios que no conocemos (Jn 17:3).
No obstante, también debemos evitar el otro extremo: caer en una especie de «cristianismo estoico», es decir, que no expresa emociones porque son vistas como inapropiadas. En contraste, debemos recordar que la Biblia está llena de referencias a las emociones. Los salmos, por ejemplo, son un testimonio vibrante de la expresión emocional en la relación con Dios.
Las emociones y los sentimientos son una ventana a nuestros corazones, revelan lo que realmente amamos y valoramos. Pueden ayudarnos a discernir entre el bien y el mal, a conmovernos ante la belleza de Dios y a dolernos por el pecado. Sin embargo, no deben ser el timón de nuestra fe. Como vemos en la vida de David, reflejada en sus salmos, es posible tener sentimientos profundos y someterlos bajo la verdad de Dios. A esto debe apuntar un discipulado integral y bíblico.
No formes solo discípulos “hacedores”
Por último, también es un error pensar que todo lo que Dios demanda de Sus hijos es una obediencia fría y mecánica. Como si a Él no le interesara si conocemos la Biblia o cuál es el estado de nuestro corazón, siempre y cuando nos portemos bien.
La madurez espiritual consiste en desarrollar una relación sana entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos
Un discipulado que enfatiza la conducta por encima de la mente y el corazón crea discípulos robóticos, quienes creen que las convicciones y los sentimientos no importan, mientras hagamos «lo que luce correcto».
Este enfoque suele reducir la fe a un conjunto de prácticas religiosas, pero la realidad es que estas disciplinas no hacen al cristiano. El evangelio no se trata de simplemente «lee tu Biblia», sino que demanda una fe en el Cristo glorificado y resucitado, y esa fe nos lleva a responder en afecto y amor por Él.
Debemos tener claro que las disciplinas espirituales (como la oración y la lectura bíblica) no traen transformación en sí mismas, porque la santificación es un proceso que inicia con la regeneración que el Espíritu Santo produce. Las disciplinas espirituales son el medio que Dios utiliza para restaurar nuestras vidas y corazones, son herramientas en Sus manos para nuestra santificación.
Por lo tanto, enfatizar el «hacer» sin el fundamento del evangelio crea discípulos legalistas. Ante esto, debemos saber que no podemos ofrecerle a Dios una lista de nuestros logros morales para ser justificados delante de Él, ni reclamar méritos o bendiciones. El problema con el legalismo es que busca hacer las cosas correctas, pero con la motivación incorrecta.
La salvación no se trata simplemente de hacer las cosas correctas, tal como Dios reprendió a Israel por actuar religiosamente pero sin una verdadera devoción: «Por cuanto este pueblo se acerca a Mí con sus palabras / Y me honra con sus labios, / Pero aleja de Mí su corazón» (Is 29:13; cp. Mt 15:8). La vida cristiana no se trata de hacer esfuerzos para alcanzar el cielo, sino en conocer a Cristo y cultivar una relación íntima con Él, desde donde nacen las buenas obras. A este propósito debe apuntar nuestro discipulado.
Corazón, alma y mente
El discipulado cristiano debe tener un enfoque integral y holístico, es decir, que considera todas las áreas de la vida: lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. El cristianismo no se trata solo del conocimiento o solo de nuestras emociones o solo de nuestras conductas. La madurez espiritual consiste en desarrollar una sana relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos, que permita el crecimiento consistente y equilibrado de nuestra vida.
Nuestros logros no son lo más importante, sino los méritos de Cristo en Su obra de salvación
A esto apunta el mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22:37). Para lograrlo debemos recordar siempre el evangelio, que nos dice que nuestros logros no son lo más importante, sino los méritos de Cristo en Su obra de salvación. El evangelio es poder de Dios para salvación (Ro 1:16), quien transforma nuestras vidas, y una invitación a conocer cada vez más de Cristo.
Por último, debemos recordar que el contexto principal para formar discípulos integrales es la iglesia local. Allí podremos formar creyentes que crecen en el conocimiento de Dios, que cultivan sentimientos correctos hacia Jesús y que ponen su fe en práctica por el poder del Espíritu Santo.