El mal uso del libro de Apocalipsis: Una autocrítica.

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Por Gonzalo Ramirez.

El libro de Apocalipsis es una de las joyas más incomprendidas de la Escritura. Escrito por el apóstol Juan durante su exilio en Patmos, su propósito original fue alentar y fortalecer a los cristianos perseguidos de finales del siglo I, afirmando no sólo el retorno glorioso de Cristo, sino también su señorío absoluto sobre la historia. Sin embargo, en muchos círculos evangélicos y pentecostales, hemos visto un uso irresponsable de este libro, que ha distorsionado su mensaje central y causado confusión y temor en lugar de edificación y esperanza. ¿Será posible reflexionar críticamente sobre estas prácticas y abogar por un retorno a una interpretación bíblica y pastoral del Apocalipsis? Acá un intento.

El contexto original de Apocalipsis

El Apocalipsis fue escrito en un tiempo de persecución intensa para la iglesia, probablemente bajo el reinado del emperador Domiciano. Su lenguaje simbólico y visionario no fue diseñado para alimentar especulaciones fantasiosas, sino para comunicar verdades eternas a una comunidad oprimida. Como afirma Craig S. Keener: “El mensaje del Apocalipsis es claro: Dios es soberano sobre la historia, Cristo es el Rey vencedor y su pueblo triunfará con él, no por medios terrenales, sino a través de la fidelidad en medio de la adversidad” (Keener, Revelation, 1999). Cuando reducimos este mensaje a elucubraciones o teorías de conspiración, no sólo desvirtuamos el propósito original del texto, sino que desviamos la atención de las realidades espirituales a las que nos llama. Desde elucubraciones fantasiosas hasta la predicción de fechas exactas para el retorno de Cristo, el mal uso de este libro ha desviado nuestra atención de su propósito central: afirmar el señorío de Cristo y animar a los creyentes en medio de la persecución.

Malas interpretaciones y el uso del miedo.

En los últimos siglos, (hubo también en los siglos anteriores) el Apocalipsis ha sido víctima de interpretaciones sensacionalistas. Se han identificado figuras apocalípticas, como la bestia o el anticristo, con personajes históricos o contemporáneos. Otros han intentado vincular los sellos y las trompetas con eventos específicos de la historia reciente, como guerras mundiales o pandemias. Un ejemplo paradigmático es la obsesión con el número 666, interpretado como un “código” para computadoras, tarjetas de crédito, o incluso el código de barras. Estas interpretaciones, lejos de animar a la iglesia, han sido usadas para sembrar temor e inseguridad. Como señala G. K. Beale: “La clave para entender Apocalipsis es su contexto teológico y literario, no un deseo por encontrar paralelismos modernos o satisfacer curiosidades escatológicas” (Beale, The Book of Revelation 1999). Debemos entender, y de una buena vez, que la simbología del libro debía ser comprensible para los cristianos perseguidos que eran los destinatarios directos de esta carta. Los sellos, trompetas y copas no eran acertijos modernos, sino símbolos de juicio divino y esperanza para una iglesia sufriente. ¿O acaso creemos que los perseguidos cristianos de la iglesia de Éfeso creían que la “bestia” era una computadora que estaba en Bélgica? Seamos serios, hermanos.

Y es que uno de los mayores problemas en torno al mal uso del Apocalipsis es la proliferación de interpretaciones carentes de fundamento histórico y teológico. Pasajes emblemáticos, como los que mencionan a “la bestia” o “la marca de la bestia” (Ap. 13:16-18), han sido utilizados para sostener teorías extravagantes que van desde identificar computadoras como agentes malignos hasta señalar el código de barras o incluso microchips implantados como señales del fin de los tiempos. (Fui librero cristiano por 7 años, y puedo dar fe de decenas de libros y autores en esta líneas. Siempre me he preguntado cuál era el propósito de estos hermanos al escribir estos libros, y ahora último, videos)

Más de alguno me dirá: oiga hermano, pero si hay diversidad de interpretaciones escatológicas. Buen punto. El asunto de estas interpretaciones es que no sólo despojan al texto de su profundidad espiritual, sino que, como afirma Gordon Fee, teólogo pentecostal: “confunden al lector al imponer un marco de pensamiento contemporáneo sobre un documento antiguo” (La lectura eficaz de la Biblia, Vida, 2007). Además, personajes históricos como papas, dictadores y empresarios han sido erróneamente personalizados como figuras apocalípticas, desviando la atención del verdadero mensaje del libro: el triunfo de Cristo sobre las fuerzas del mal y la esperanza para su pueblo. (Si ud tiene más de 45 años se recordará de Juan Pablo II, Kissinger, el posible “papa negro”, etc.)

La obsesión de fijar fechas para el retorno de Cristo

Uno de los abusos más notorios es la fijación de fechas “exactas” para el retorno de Cristo. Ahora, seamos honestos, no es algo del Dispensacionalismo del siglo XX, (aunque varios de sus autores lo hicieron, hasta hoy), hay ejemplos al menos desde la reforma: El propio Martín Lutero (1483-1546) especuló y predijo que el fin del mundo ocurriría a más tardar en 1600. John Mason (1818-1866) un sacerdote anglicano predijo que el Milenio comenzaría el año 1694. Johann J. Zimmermann (1728-1795) un ministro luterano creía que Jesús regresaría el año 1700 y el mundo terminaría este año. Cotton Mather (1663-1728), otro ministro calvinista también predijo que el mundo terminaría en 1700. William Whiston (1667-1752) un teólogo y matemático anglicano inglés predijo que para el año 1730 un cometa colisionaría con la tierra y comenzaría el fin. Cristóbal Love (1618-1651), un ministro presbiteriano predijo que la destrucción del mundo ocurriría por medio de un terremoto el año 1805. La lista de hecho es bastante extensa y transversal. Joel Torres (link disponible en su perfil https://web.facebook.com/share/p/1B8SiwGSYe/)

En el siglo XIX, el movimiento milerista (que dio origen al adventismo del séptimo día), los testigos de Jehová con sus libros de tapas verdes, rojas y café hasta la década del 80’, las especulaciones evangélicas recientes (1975, 1988 2000, 2012, 2020, Covid, etc), decenas de “profecías”, “lunas rojas”, “vacas alazanas”, han fracasado, desacreditando a la iglesia evangélica ante el mundo. (en la mayoría de los casos, los autores de estas barrabasadas ni siquiera piden disculpas). Jesús mismo afirmó que “nadie sabe el día ni la hora” (Mateo 24:36), y cuando insistimos en lo contrario, desobedecemos su enseñanza y fomentamos el escepticismo. El pastor John Stott advertía sobre los peligros de estas prácticas: “La escatología bíblica no es un juego de adivinanzas. Está destinada a fomentar una vida santa y expectante, no a satisfacer el sensacionalismo” (Stott; Cristo, el incomparable. Andamio 2009).

El llamado a una interpretación pastoral y de esperanza.

Amados, permítanme una autocrítica sincera. ¿Cuántas veces hemos permitido que la interpretación del Apocalipsis sea monopolizada por discursos sensacionalistas que apelan al miedo más que a la esperanza? Este uso indebido no solo deshonra la intención original del texto, sino que también debilita la fe de quienes son expuestos a tales enseñanzas. El teólogo pentecostal Craig Keener nos recuerda que “el Apocalipsis debe leerse con humildad, reconociendo que su mensaje trasciende nuestras categorías culturales y temporales” (Revelation, NIV Application Commentary, Zondervan, 1999).

Como pentecostales, necesitamos recordar que el Apocalipsis es, ante todo, un mensaje de esperanza y victoria para la iglesia en tiempos difíciles. Su simbolismo no está diseñado para “descifrar” códigos ocultos, sino para recordarnos que Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de la historia (Apocalipsis 1:8). William Menzies destaca: “El propósito del Apocalipsis no es alimentar especulaciones sobre eventos futuros, sino animar a los creyentes a perseverar en fidelidad, sabiendo que el triunfo final pertenece a Cristo” (Menzies, William W; Horton, Stanley, Doctrina Bíblica, Una perspectiva pentecostal, Vida, 1996).

En pocas palabras.

Es hora de que como iglesia dejemos de usar el Apocalipsis como un arma de miedo o una excusa para el sensacionalismo. Debemos recuperar su mensaje central: el Señorío de Cristo sobre la historia y su llamado a la fidelidad en medio de la adversidad. En lugar de buscar “signos” en los titulares de las noticias, deberíamos volver al texto con reverencia, humildad y un enfoque pastoral que edifique a la iglesia. El libro de Apocalipsis no es un manual para descifrar teorías conspirativas ni un calendario divino de eventos futuros. Es, ante todo, una proclamación de esperanza y victoria en Cristo, un llamado a la perseverancia y a la fidelidad en medio de la adversidad. Como iglesia, debemos esforzarnos por estudiar el texto con rigor, respetando su contexto y permitiendo que su mensaje profundo ilumine nuestras vidas. Solo entonces honraremos su propósito original y seremos fieles al llamado de Cristo de ser “luz en las tinieblas” (Mt. 5:14).

Bibliografía

– Fee, Gordon, La lectura eficaz de la Biblia, Vida, 2007.

– Beale, G. K. The Book of Revelation. Eerdmans, 1999.

– Keener, Craig S. Revelation. Zondervan, 1999.

– Menzies, William W; Horton, Stanley, Doctrina Bíblica, Una perspectiva pentecostal, Vida, 1996.

– Stott, John. Cristo, el incomparable. Andamio , 2009.