Cuando pensamos en el apóstol Pablo, tal vez solo viene a nuestra mente la imagen del teólogo de ideas profundas o quizá la del misionero evangelista que con sus manos fabricaba tiendas. Sin embargo, al leer sus cartas con detenimiento descubrimos otro lado de este siervo de Dios. Nos encontramos con un Pablo con corazón paternal, que amaba a su familia de la fe.
Entre esa familia estaba la iglesia de Filipos. De hecho, Pablo escribió que los llevaba en el corazón y que los añoraba «con el entrañable amor de Cristo Jesús» (Fil 1:7-8). Su amor por ellos le llevaba a orar de esta manera:
Y esto pido en oración: que el amor de ustedes abunde aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento (Fil 1:9).
Vuelve a leer estas palabras. La oración de Pablo no era para que los filipenses sintieran o expresaran amor. Él sabía que ya había amor en sus corazones, lo cual dice mucho sobre la iglesia de Filipos. Así que oraba para que el amor que los filipenses ya tenían creciera, para que desbordara y sobreabundara.
Una oración por la transformación
Esta oración de Pablo me lleva a pensar en mi propio corazón. Si soy honesta, no recuerdo haber orado por mi iglesia local con el mismo sentir del apóstol. No recuerdo haberle pedido al Señor que nuestro amor abunde mucho más en conocimiento de Dios, de Su Palabra, de Su verdad. Sí, amo a mi iglesia y oro por ella, pero este pasaje me recuerda que nuestras oraciones deben ir más allá de los planes que tenemos como iglesia, más allá del desempeño del liderazgo o las necesidades materiales de la congregación.
Pablo nos muestra una lista de oración diferente y, en este caso, una que incluye el pedido apasionado de que abunde el amor entre los hermanos en la fe. Una oración por la transformación.
Orar es el primer paso, porque nuestro propio corazón cambia cuando oramos
La petición de Pablo va de la mano con el énfasis que la carta hace en la unidad entre los miembros de la congregación (Fil 1:27; 2:2; 4:2). Dicha unidad no sería posible si no hay amor entre ellos.
¿Oras por la unidad de tu iglesia? Es triste decirlo, pero a veces nuestras congregaciones parecen más equipos rivales que un cuerpo unido que se ama profundamente. Sé que quizá pensemos que va a requerir más que nuestra oración para mantener un cuerpo unido. Es cierto. Pero orar es el primer paso, porque nuestro propio corazón cambia cuando oramos. Cuando estamos dedicados a orar es probable que el Señor nos revele en qué sentido no estamos contribuyendo a la unidad de nuestra iglesia local, por ejemplo. Al orar de esta manera seremos transformados, incluso sin darnos cuenta.
Cuando ora por la iglesia, Pablo pide que el amor de ellos crezca. Pero ¿a qué clase de amor se refiere?
Un amor cimentado en el evangelio
Su oración recalca que se trata de un amor caracterizado por el conocimiento verdadero que encontramos en la Palabra de Dios. Hablar de un amor así nos lleva a considerar dos aristas, como las dos caras de una moneda. Por un lado, el conocimiento carente de amor se vuelve frío, vacío, sin dirección e impersonal. Mientras que, por otro lado, las acciones de un amor que abunda en conocimiento serán sabias.
Nuestro amor debe ser educado continuamente por el conocimiento bíblico de quién es Dios y cuál es Su voluntad. El conocimiento verdadero no tiene que ver con nuestra propia apreciación de las cosas, sino con la decisión de mirar todo bajo el lente de la verdad de la Palabra de Dios. Ese lente cambia la manera en que amamos porque no depende de lo que sentimos, sino de lo que el evangelio nos enseña en la Palabra.
Nuestro amor debe ser educado continuamente por el conocimiento bíblico de quién es Dios y cuál es Su voluntad
El amor que abunda en esa clase de conocimiento informado por las Escrituras amará aunque no sienta ganas. Lo hará porque entiende que amar no es opcional cuando estamos en Cristo. Se trata de un amor fortalecido por las Escrituras y que es capaz de cubrir las faltas sin ignorarlas. Las confronta, pero también las cubre con gracia y misericordia. Cuando el amor está arraigado en el poder transformador del evangelio, cuando conoce lo que Cristo ha hecho posible, se convierte en el amor ferviente del que habla el apóstol Pedro: «Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros» (1 P 4:8a).
¿Alguna vez has orado por amar de esa manera? Por lo general, es bastante fácil amar a quienes nos caen bien, a nuestros esposos, hijos o padres. Amar a quienes nos muestran amor es también fácil. Jesús mismo dijo que los incrédulos aman así y que no hay ningún mérito particular allí (Mt 5:44-46).
El desafío se presenta cuando somos llamados a amar a quienes no queremos amar. Honestamente, cualquier persona puede estar en esa categoría en algún momento: basta con que alguno de nuestros hijos desafíe nuestra autoridad, que nuestros padres sean injustos en su trato, que nuestro cónyuge olvide una fecha importante o que el pastor no nos salude el domingo. Cualquiera de estos escenarios tiene el potencial de hacernos dudar del amor de otros y, en consecuencia, podemos reaccionar con falta de amor.
Nuestra naturaleza pecaminosa es egoísta y poco amable. ¡Pero el amor que abunda en el conocimiento de Dios y Su Palabra entiende que el camino es otro! Eso es lo que marca la diferencia entre el amor superficial y egoísta que solo procede de acuerdo con las emociones y el amor que actúa bajo la verdad del evangelio.
Pablo quería que sus hermanos de Filipos vivieran con un amor diferente y por eso oraba para que el amor de ellos fuera sabio, entendido y sagaz. Un amor que no se moviera solo por sentimientos, sino por la verdad y el buen juicio. ¡Cómo cambiarían nuestros corazones si nosotros oráramos así también!
Pero la oración no se queda solo en pedir que ellos tuvieran esa clase de amor lleno de conocimiento y discernimiento. Pablo oraba para que, al sobreabundar en ese amor anclado en la verdad, algo transformador ocurriera en la vida de los cristianos de Filipos: «a fin de que escojan lo mejor, para que sean puros e irreprensibles para el día de Cristo» (Fil 1:10).
Para vidas transformadas
Pablo oraba por los filipenses para que su amor sobreabundara en el conocimiento de Dios y en el discernimiento, de modo que ellos pudieran escoger siempre vivir de una manera diferente a la del mundo circundante: en la santidad y pureza a la que ahora estaban llamados a practicar, hasta el regreso de Cristo.
El conocimiento no tiene que ver con nuestra apreciación de las cosas, sino con la decisión de mirar todo bajo el lente de la verdad de la Palabra de Dios
¿Oramos así? ¿Oramos para que el Señor nos ayude a tomar decisiones sabias, arraigados en un amor lleno de conocimiento y discernimiento, de modo que el resultado sea pureza y crecimiento espiritual que nos lleve a actuar más como Él?
No puedo dejar de pensar en mis propios tiempos de oración y en cuánto necesito que el Señor incline mi corazón para orar teniendo esos objetivos en mente. No puedo imaginarme a Pablo escribiendo esto con frialdad. ¡No! Me lo imagino apretando la pluma, tratando de impregnar el pergamino no solo con tinta, sino con la pasión de alguien que anhela que sus palabras puedan transmitir el fuego que arde en su corazón y la visión que ha recibido de parte de Dios. ¡Así quiero orar yo también!
Ora con las Escrituras
Nuestras oraciones suelen ser monótonas y repetitivas porque no las empapamos de aquellas peticiones que están en las páginas de la Escritura y que fueron inspiradas por Dios mismo para que se conviertan en la súplica de Sus hijos. ¡Pero hoy es buen día para empezar a cambiar esa lista de oración y hacer nuestro este clamor del apóstol Pablo!
Estoy segura de que orar de esta manera nos transformará porque estaremos haciéndolo con la agenda eterna que enfoca nuestra mirada más allá de nosotros mismos.
Tomado de Coalición por el evangelio.