Blake Glosson
Durante los últimos tres años he anhelado algo, profundamente y a menudo con dolor, y he suplicado a Dios que me conceda esa petición concreta. Mi petición parece coherente con la voluntad revelada de Dios. He ayunado, he meditado en soledad, me he arrepentido con regularidad, he reclutado guerreros de oración y me he acercado a Dios con fe genuina, humildad (hasta donde puedo decir) y no pocas lágrimas.
Él ha dado una respuesta consistente: «No».
En Su bondad, Dios ha usado mis incontables horas de oración para revelarse a mí y para aumentar mi amor por Él. Pero no puedo evitar preguntarme: «¿Por qué, Dios? ¿Por qué dirías que no a algo bueno?».
5 respuestas a por qué Dios dice “no”
Muchos han sentido una tensión similar. Entendemos por qué Dios rechazaría peticiones contrarias a Su voluntad revelada (p. ej., provisiones para robar un banco con éxito) o peticiones puramente materialistas (p. ej., ganar la lotería). Pero ¿por qué iba Dios a decir que no a algo bueno, aparentemente coherente con Sus deseos?
¿Por qué iba a decir Dios que no a oraciones por la salvación, santificación o sanidad de un ser querido? ¿Por un trabajo estable? ¿Por la reconciliación en una relación rota? ¿Por un cónyuge piadoso?
Estas son cinco respuestas que me han sido de ayuda en mi tiempo de espera.
1. No lo sé.
Isaías 55:8-9 dice:
«Porque Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes,
Ni sus caminos son Mis caminos», declara el SEÑOR.
«Porque como los cielos son más altos que la tierra,
Así Mis caminos son más altos que sus caminos,
Y Mis pensamientos más que sus pensamientos».
El hecho de que no sepas por qué Dios ha permitido una dificultad concreta no significa que estés haciendo algo mal. Significa que tú no eres Dios
Este pasaje ha sido vital para mí en la espera. En respuesta a nuestras preguntas de por qué, las palabras de Dios no son una carta de triunfo cósmica («¡Porque yo lo digo!»), sino más bien una invitación a confiar en Él y a recordar que está bien (y es normal) que no sepamos las razones de todo lo que Dios permite. Las palabras de Dios nos liberan para ser humanos.
Gran parte del dolor y la fatiga provienen del empeño perpetuo por conocer lo desconocido o resolver lo irresoluble. Dios quiere liberarnos de estos esfuerzos incansables y recordarnos que nuestra esperanza no depende de nuestra capacidad de comprensión, sino de Su amor y Su fidelidad. El hecho de que no sepas por qué Dios ha permitido una dificultad concreta no significa que estés haciendo algo mal. Significa que tú no eres Dios.
2. Dios siempre actúa de alguna manera en respuesta a la oración
John Piper me ayudó a ver esta preciosa verdad usando Génesis 17 como ejemplo. Cuando Abraham le pidió a Dios que hiciera de Ismael el hijo de la promesa, Dios dijo explícitamente que no, que sería Isaac (v. 19). Pero luego Dios añadió: «En cuanto a Ismael, te he oído. Yo lo bendeciré y lo haré fecundo y lo multiplicaré en gran manera» (v. 20, énfasis añadido).
Dios dijo «no» a la petición concreta de Abraham, pero bendijo su oración. En la economía de Dios, ninguna oración se pierde, ninguna lágrima cae en vano (Sal 56:8; 126:5). Incluso cuando Dios dice que no a peticiones específicas, podemos descansar sabiendo que usará cada oración para traer bendición.
3. Dios te transformará a través de tus oraciones, independientemente de cómo responda a tus peticiones.
La oración, al igual que la lectura de la Palabra de Dios, es similar a una comida saludable. A veces sentirás una sensación de bienestar inmediata después de comer; otras, no. A veces la comida será placentera y otras no. A veces recordarás la comida y a veces no. Sin embargo, cada comida sana nutre y fortalece tu cuerpo, independientemente de si percibes o no inmediatamente su beneficio.
Así también, cada oración nutre y fortalece nuestras almas, edificando nuestros músculos espirituales y agradando a Cristo, independientemente de cómo nos sintamos mientras oramos o de si Dios dice que sí a nuestra petición. A menudo, el mayor crecimiento espiritual se produce cuando nos sentimos más débiles y Dios dice perpetuamente que no (ver 2 Co 12:7-10). Nunca debemos medir la eficacia de nuestras oraciones únicamente por cómo nos sentimos mientras oramos o por lo que vemos después de orar.
4. Tienes un Salvador caminando contigo que conoce el aguijón del “no”.
Jesús está sumamente familiarizado con el «no». Ha tenido seres queridos que han muerto (Mt 14:10-13; Jn 11), han rechazado el evangelio (Mr 10:21-22) y le han traicionado y abandonado en el momento en que más los necesitaba (Mr 14:50). Ha llorado por el sufrimiento (Jn 11:33-37) y por innumerables personas que le rechazaban a Él y a Su salvación (Is 53:3; Lc 19:41-44). Ha sentido el aguijón de Dios al permitir muchas cosas contrarias a los anhelos de Su corazón (Is 53:3).
Jesús se enfrentó al mayor «no» al que un ser humano haya podido enfrentarse alguna vez en el huerto de Getsemaní. Mientras anticipaba la insondable agonía de Su inminente crucifixión y expiación, Jesús oró: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras» (Mt 26:39). En plena sumisión al Padre, Jesús expresó Su anhelo humano natural de evitar un sufrimiento profundo si existía otro camino. Dios, en cierto sentido, dijo «no».
Su sumisión hizo posible nuestra salvación y nos condujo a una gloria mayor que la que jamás haya existido (Fil 2:5-11). Cuando Dios dice que no, siempre nos llevará a un gozo eterno mayor del que nos llevaría si dijera que sí.
Cuando nuestra fe se siente débil, y parece que el «no» de Dios es una señal de Su inactividad o indiferencia, debemos volver nuestros ojos a la cruz
Cuando nuestra fe se siente débil, y parece que el «no» de Dios es una señal de Su inactividad o indiferencia, debemos volver nuestros ojos a la cruz. Porque Jesús caminó amorosa y victoriosamente hacia el mayor «no» por nosotros, podemos enfrentar cada «no» en nuestras vidas con esperanza.
5. En última instancia, Dios dará el “sí” perfecto a cada petición de Sus hijos.
Entre las enseñanzas más difíciles de entender de Jesús se encuentran afirmaciones como la de Juan 15:7: «Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho». Muchos otros versículos indican que recibiremos todo lo que pidamos en oración (p. ej., Mt 21:22; Mr 11:24; Jn 14:13-14; 15:16; 1 Jn 5:14-15).
¿Cómo debemos entender estos versículos cuando sentimos que Dios no accede a nuestras peticiones?
Creo que parte de la promesa de Jesús es que, en última instancia, Dios concederá cada una de las peticiones de Sus hijos con un «sí» perfecto, ya sea en esta vida o en los cielos nuevos y la tierra nueva. El escritor de Hebreos señala que muchos creyentes murieron sin el «sí» que anhelaban, pero no desesperaron porque sabían que su «sí» aún estaba por llegar (He 11:13-16).
Nuestras peticiones de oración no morirán cuando nosotros muramos; seguirán encontrando su «sí» y su «amén» en Cristo por toda la eternidad (cp. Sal 16:11; 2 Co 1:20). Dios recuerda todas las oraciones que has hecho y las responderá a su debido tiempo.
En última instancia, Dios solo dice sí a Sus hijos. Si no responde como tú imaginaste, alégrate sabiendo que responderá un sí de una manera mejor de la que esperabas. Así que, querido amigo, sigamos orando, sabiendo que todo lo que pidamos nuestro Padre nos lo dará.
Tomado de Coalición por el evangelio